CONTRIBUCIÓN
«Los recursos de conservación normalmente van hacia un pequeño grupo de especies emblemáticas: tigres, elefantes…, pero hay tantas otras especies a las que no se les presta ninguna atención y que representan enormes e importantísimas partes de la biodiversidad…», destaca Andrew Terry, director de Conservación y Políticas en la Sociedad Zoológica de Londres. Fue esta conclusión la que animó a su organización a fundar el Programa EDGE of Existence (‘Al borde de la existencia’, jugando además con las siglas de «evolutivamente singulares y globalmente amenazadas», EDGE en inglés).
Precisamente por desconocidas, algunas de estas especies pronto se convirtieron en embajadoras de su propia condición. «Son maravillosas, son extrañas», afirma Terry, recordando una imagen de la tortuga punky, del río Mary, con una cresta de algas en la cabeza, que dio la vuelta al mundo. La tortuga es una de estas especies singulares, a las que llaman especies EDGE, que protagonizó numerosos reportajes de prensa para llamar la atención sobre su débil estado de conservación. «Todas estas historias extravagantes cautivan la imaginación de la gente», reconoce Terry, y son claves para atraer financiación y poder llevar a cabo acciones de conservación. Terry y sus colegas descubrieron que existían ramas enteras del árbol de la vida de las que se sabía muy poco y que estaban en peligro crítico. Su desaparición conllevaría la extinción de toda una línea evolutiva; es más, acabaría con una valiosa fuente de conocimiento científico: «Si esas especies se van, millones de años de historia evolutiva independiente se marchan con ellas, además de todo el conocimiento que esconden sus genomas», apunta Terry.
Su equipo pronto se dio cuenta de que, para promover la conservación de estas especies, que identifican con las siglas EDGE, la clave estaba en apoyar a personas de los países de donde proceden. Por eso crearon un programa de becas que financian a personas de Latinoamérica, África y Asia durante dos años para diseñar e implementar un proyecto de conservación enfocado en una de las especies clasificadas como EDGE. El programa ha financiado a 137 personas de 47 países en los últimos 15 años. Como ha resaltado el jurado, «su implicación en la formación de jóvenes investigadores locales ha brindado la oportunidad de generar una red estable de conservacionistas por todo el planeta».
«Hay tantos conservacionistas apasionados y profundamente cualificados a quienes las oportunidades simplemente no les llegan y no pueden acceder a los mecanismos de financiación internacional…», señala Terry. Por eso, el programa de becas pretende que las personas beneficiarias den el primer paso en esa ruta hacia involucrar a donantes a escala global, conectar con redes de apoyo de alcance mundial o crear ONG.
Para ello, se emprenden acciones de formación, tanto en las regiones de actuación como de manera centralizada en Londres, orientadas a diseñar e implementar el proyecto de conservación objeto de la beca. El programa cuenta también con la participación de coordinadores sobre el terreno que prestan el apoyo necesario para que los proyectos se desarrollen con éxito.
Cuando nació el programa EDGE, su primer objetivo fue dar con un método fiable para clasificar el grado de prioridad que debía ocupar la conservación de las diferentes especies, teniendo en cuenta no solo el nivel de amenaza, sino también su importancia para la biodiversidad. Para ello se basaron en el conocimiento científico más actualizado y obtuvieron un sistema de puntuación que evaluaba lo singulares que eran las especies desde el punto de vista evolutivo.
Sin embargo, el grado de amenaza varía con el tiempo y, a medida que se realizan nuevas investigaciones sobre el árbol de la vida, también cambia la posición de las diferentes especies dentro del panorama de la biodiversidad. En muchos casos, los sesgos que favorecen taxonomías como los mamíferos, las aves o los reptiles se van superando y otros grupos, como los invertebrados, las plantas o los hongos, van cobrando importancia en la investigación científica.
Por eso, el programa EDGE renovó recientemente la clasificación de las especies para «responder siempre al conocimiento disponible más actualizado», explica Terry. Del mismo modo, las investigaciones realizadas dentro del programa se publican siempre en revistas científicas revisadas por pares. «Presentamos el trabajo a personas de nuestro ámbito para que puedan rebatirlo y ayudarnos a refinarlo», incide.
La trayectoria de las personas beneficiarias después de terminar la beca constata el éxito del programa a largo plazo: el 100% de ellas sigue trabajando en conservación, y el 80% ha continuado apoyando a la especie con la que se presentó a la beca. «Empoderando a los líderes locales es como creas un camino sostenible hacia la conservación», resume Terry, y añade: «Luego hacen cosas increíbles, ganan premios, realizan grandes descubrimientos científicos… Se convierten en líderes en su propio espacio, y todo es porque les ayudamos a encontrar las herramientas para que despeguen en sus carreras profesionales».
El programa EDGE pone especial atención en seguir la trayectoria posterior de las personas que participan en él, e incluso apoyarla mediante iniciativas financiadas por toda una red de donantes del ámbito de la conservación. «Así ayudamos a preparar a los beneficiarios de las becas para que continúen su camino y obtengan las capacidades que les permitan optar a una financiación mayor», expone Terry.
El caso de Caleb Ofori-Boateng es un ejemplo paradigmático de este éxito. En 2012, obtuvo una beca EDGE con la que consiguió proteger 100 hectáreas del hábitat de la rana resbaladiza de Togo (Conraua derooi), una especie EDGE, y además descubrió una nueva especie de anfibio en peligro de extinción. Desde ese año es director regional de Proyectos EDGE of Existence para África, donde lidera a las nuevas generaciones del programa de becas que marcó su propia carrera profesional.
Con todo, la conservación de una especie nunca le concierne a ella sola, sino que cada una está integrada en un hábitat de cuyo equilibrio depende la supervivencia de todo el conjunto. «Vemos la especie como la punta del iceberg –compara Terry–, y normalmente si están amenazadas es porque ha habido presiones sobre los hábitats. Así que hay que ocuparse de esas presiones». Las comunidades de personas que viven en esas áreas también son claves a la hora de proteger a las especies amenazadas, poblaciones locales que, en ocasiones, acumulan conocimientos valiosos que es importante no perder, además de las propias especies.
Por ello, el programa se ha asociado recientemente con el Real Jardín Botánico de Kew para generar una lista equivalente a la de las especies EDGE, pero para plantas en lugar de animales. «Son la base del ecosistema, son absolutamente vitales», incide Terry, que aventura que el proyecto podría ampliarse a otros grupos taxonómicos más adelante.
Pero el objetivo quizá más inmediato para el programa es promover su crecimiento. «Hemos formado a 137 becarios, que es un logro enorme del que estamos muy orgullosos. Pero, por otro lado, son solo 137 personas y estamos en una crisis de extinción global –plantea Terry–. Quiero doblar ese número, cuadruplicarlo, lo quiero ver crecer y evolucionar».
Para potenciar todavía más el alcance del programa, ya han empezado a colaborar con otras organizaciones a nivel internacional. Por ejemplo, su reciente alianza con el Rainforest Trust estadounidense ha logrado financiar la conservación de áreas en las que se encuentran especies EDGE. Terry espera que esta asociación sea solo el principio de una larga trayectoria de colaboraciones: «Queremos trabajar con una red de organizaciones afines que puedan amplificar la ambición que tenemos en torno a nuestra visión de un sector de la vida al que apenas se le hace caso».
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