CONTRIBUCIÓN
La devastadora guerra civil que sufrió Mozambique durante quince años (1977-1992) arrasó la fauna del Parque Nacional de Gorongosa. De hecho, en el primer censo aéreo realizado en 1994 tras el final del conflicto, se certificaron pérdidas de entre el 90 y el 99 por ciento en sus poblaciones de grandes mamíferos, como elefantes, búfalos, hipopótamos y cebras. Hoy, gracias al trabajo impulsado por el Proyecto de Restauración de Gorongosa, el parque mozambiqueño ha recuperado buena parte de su integridad ecológica. Por ello, en reconocimiento a los extraordinarios resultados de sus actuaciones en defensa de la naturaleza, esta iniciativa ha logrado el Premio Mundial a la Conservación de la Biodiversidad.
Cuando la guerra civil estalló a finales de los setenta, después de que Mozambique lograra la independencia de Portugal, grandes extensiones del ecosistema de Gorongosa se vieron envueltas en un conflicto que causó casi un millón de muertos y el desplazamiento forzado de millones de personas. A lo largo de los tres lustros que duró el conflicto, los combatientes se refugiaban con frecuencia en el parque —un territorio que abarca 1.300.000 hectáreas— y mataban animales para alimentarse o ganar dinero. La venta de colmillos de elefante, por ejemplo, se convirtió en una fuente de financiación para operaciones militares. Además, el final de la guerra solo supuso un alivio parcial para la naturaleza en Gorongosa, ya que su impacto económico y la consecuente inestabilidad política dejó todo su territorio muy expuesto a la actividad de los cazadores furtivos.
«Cuando empezó el proyecto hace ahora dos décadas, había menos de 10.000 grandes animales en el parque, mientras que hoy superan los 100.000, así que hemos conseguido multiplicar por 10 esta cifra», afirma Marc Stalmans, director científico del proyecto.
Este éxito se ha logrado gracias a la alianza establecida en 2008 entre una fundación privada, creada por el filántropo estadounidense Greg Carr con el objetivo de restaurar el Parque Nacional de Gorongosa, y el Gobierno de Mozambique. El proyecto se ha basado fundamentalmente en la protección eficaz de la fauna a través de la vigilancia por una amplia red de guardabosques, así como un programa de reintroducción de algunas especies que prácticamente habían desaparecido por completo, como búfalos, leopardos, hienas, perros salvajes y ñus.
«En los casos más graves, hemos logrado excelentes resultados reintroduciendo algunas especies, pero otras han logrado recuperarse solas. Si proteges bien a la naturaleza, se puede recuperar de una manera espectacular», señala Stalmans.
La población de elefantes, por ejemplo, se vio especialmente afectada por la guerra civil: en 1972 el parque albergaba unos 2500 animales, pero al final del conflicto quedaban menos de 200. Hoy, sin embargo, la población de paquidermos se ha multiplicado por más de cuatro y ya supera los 800 ejemplares. En el caso de los leones, cuando comenzó el proyecto de restauración había menos de 30 individuos en Gorongosa, y hoy ya hay más de 200; la población de búfalos ha pasado de menos de 100 a más de 1900; y los hipopótamos, de menos de 100 a más de 1100.
Otros éxitos muy significativos se han logrado con los programas de reintroducción de antílopes, que hoy superan los 65.000 ejemplares tras haber descendido a menos de 1000 después de la guerra civil; los ñus, que prácticamente habían desaparecido y en la actualidad son más de 1500; y los perros salvajes africanos, que se habían extinguido y cuya población actual ya sobrepasa los 200 individuos. Además, otras dos especies emblemáticas que se habían erradicado por completo, los leopardos y las hienas, también se han empezado a reintroducir con éxito en el parque en los últimos años.
En paralelo, para fundamentar con ciencia robusta las estrategias de conservación en el parque de Gorongosa, el proyecto ha promovido la investigación sobre su extraordinaria biodiversidad. Con este objetivo en mente, se creó el Laboratorio Edward O. Wilson, bautizado en honor al célebre catedrático de Entomología de Harvard galardonado en 2011 con el Premio Fundación BBVA Fronteras del Conocimiento en Ecología y Biología de la Conservación. «Las tierras salvajes en las que florecen estos ecosistemas dieron origen a la humanidad, y es este mundo natural, aún en evolución, el que puede sobrevivirnos y convertirse en nuestro legado, nuestra ventana a la eternidad», escribió el profesor Wilson tras realizar tres visitas al parque nacional de Mozambique entre 2011 y 2014. El impacto que le provocó la belleza de la naturaleza restaurada en su territorio llevó al científico estadounidense a escribir un libro titulado, precisamente, Una ventana a la eternidad: el paseo de un biólogo por Gorongosa.
«Wilson promovió el estudio de la fauna y flora en el parque, y ha sido una gran fuente de inspiración de la ciencia que realizamos hoy», señala Stalmans. Este programa de investigación ha documentado la existencia de casi 8000 especies en el territorio del parque, de las cuales unas 200 eran totalmente desconocidas para la ciencia. «La mayoría de ellas son insectos, pero también hemos descubierto tres nuevas especies de murciélagos, una especie de gecko y diversas variedades de plantas», resalta el director científico del proyecto.
Con el objetivo de elaborar un inventario exhaustivo de la biodiversidad en Gorongosa que pueda servir para orientar la restauración completa de todo su ecosistema, los investigadores del Laboratorio E. O. Wilson extraen y almacenan muestras de ADN de las especies del parque. La instalación cuenta con un sistema avanzado de gestión de datos y seguimiento de especímenes a través de códigos de barras. «Gracias a este riguroso trabajo de investigación —apunta Stalmans—, Gorongosa ya se ha convertido en uno de los parques nacionales africanos cuya biodiversidad se ha documentado de manera más exhaustiva».
Al mismo tiempo, tal y como resalta el acta del jurado, la exitosa restauración de Gorongosa se ha basado en involucrar activamente a población local mozambiqueña, tanto a través de la implicación de jóvenes en la red de guardabosques, como mediante un amplio programa de desarrollo humano para garantizar el acceso a necesidades básicas —el agua potable, la sanidad, la rehabilitación de viviendas— y la implantación de cultivos sostenibles como el café, ofreciendo empleo a más de mil personas.
«Apoyamos, por ejemplo, los servicios de salud locales aportando la logística para que médicos y enfermeros puedan instalar clínicas móviles en zonas muy remotas —resalta Stalmans—. Además, hemos impulsado programas de educación medioambiental y de nutrición, así como de apoyo a la agricultura regenerativa, utilizando técnicas que no solo mejoran el rendimiento de las cosechas, sino que lo consiguen de manera más sostenible».
De hecho, más del 50 por ciento del presupuesto del proyecto se destina a proyectos de desarrollo socioeconómico que benefician a más de doscientos mil mozambiqueños. Muchas de estas acciones se centran en la educación de jóvenes mujeres con el fin de promover sus estudios secundarios, lo que tiene un impacto directo sobre el retraso de la maternidad, el número de hijos y el control que tendrán sobre sus vidas.
«La educación de las mujeres jóvenes es un pilar clave de nuestro proyecto —recalca Stalmans—. El objetivo es conseguir que sigan estudiando, porque el abandono escolar temprano es un problema grave en las zonas rurales pobres. Si las niñas abandonan la escuela pronto, acaban casándose jóvenes y no pueden desarrollar su potencial».
A esto se suma la creación de un programa formativo de máster en Biología de la Conservación concebido para estudiantes mozambiqueños, que está generando nuevos puestos de trabajo de alto nivel técnico para ciudadanos de todo el país, quienes contribuyen así a la conservación en este territorio de una riqueza natural tan extraordinaria.
«Una dimensión clave del proyecto ha sido el trabajo realizado para mejorar la vida de la gente que vive en su entorno —concluye Stalmans—. Al fin y al cabo, muchos de los problemas de sobreexplotación de los recursos naturales que amenazan a la biodiversidad se deben a la pobreza y a la falta de conocimiento. Hemos apostado por el desarrollo económico y la educación de la población local, y este es un aspecto imprescindible para entender el éxito que hemos logrado. Ojalá nuestro modelo, que integra la conservación y la sostenibilidad con el desarrollo socioeconómico de la población, pueda servir de inspiración y replicarse con éxito en otros países africanos, tal y como ha expresado el jurado del premio».