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Joaquín Gutiérrez AchaCONTRIBUCIÓN
Joaquín Gutiérrez Acha (Madrid, 1959) es un cineasta naturalista que ha conseguido aunar rigor científico en la observación de la fauna y la flora autóctona ibérica con una enorme belleza formal y artística en sus películas y, al mismo tiempo, con un rotundo éxito de público, alcanzando a una audiencia muy amplia y estrenando sus cintas –las más conocidas, Guadalquivir y Cantábrico– en las principales salas de cine del país. Por su capacidad para combinar esos tres factores, el jurado le ha estimado merecedor del Premio a la Difusión del Conocimiento y sensibilización en la Conservación de la Biodiversidad en España, un galardón que él mismo considera «probablemente el más importante» de su carrera.
Gutiérrez Acha se inició en la profesión de reportero medioambiental –al igual que muchos de su generación, de forma autodidacta– como mejor alternativa a la que era su verdadera pasión: «Era muy complicado en aquellos años dedicarse a hacer cine de naturaleza, por tus propios medios, era algo absolutamente vocacional», rememora. «Lo que estaba a tu alcance era salir al campo con una cámara de fotos, escribir». Así fue como comenzó a redactar artículos y tomar fotos, que publicó en las principales revistas especializadas de principios de los años ochenta, como Arte Fotográfico, Geo, Natura, Periplo o Quercus, entre otras. Consiguió más de veinte portadas en esas publicaciones y el reconocimiento del sector en forma de varios galardones.
Impulsado por su fascinación por las serpientes, fundó en 1987, junto a su socio el veterinario José Luis Méndez, el primer centro de extracción de veneno en España, Bitis Reptilarium. Dedicada a la cría de reptiles venenosos, la institución se dedicaba a extraer el veneno de diversas especies para la investigación médica y la creación de antídotos. En paralelo, Gutiérrez Acha realizó durante esos años una amplia campaña de divulgación científica sobre las serpientes, publicando sus investigaciones y fotografías en las revistas con las que colaboraba.
Una década después de sus inicios, empezó «en modo precario, con una cámara de cine de segunda mano» a acercarse al mundo del documental de naturaleza. Él mismo se instruyó en el uso de equipos de cine de 16 mm y super-16, fascinado por los relatos de Félix Rodríguez de la Fuente, de quien se considera, en cierto modo, heredero. «Nos maravillaban sus programas», subraya. «Soy de esa generación que quedó atrapada por su forma de divulgar, por enseñarnos de primera mano la naturaleza de España, la que de alguna manera siempre me ha interesado», incide.
Precisamente inspirado por el autor de El hombre y la tierra, en su primera película documental –Los últimos días del camaleón, 1989– Gutiérrez Acha trata de emular a Félix y aparece ante la cámara describiendo las imágenes que se van mostrando. Cuando Canal+ le dijo que quería emitir la cinta, le matizaron que mostrarían una versión sin su «entradilla» a cámara: «Y eso fue lo que me llevó a decidir que los que tenían que hablar eran los animales, y para ello había que dejarse más la piel en la imagen, conseguir imágenes inéditas, conseguir formas de rodaje poco convencionales –al menos aquí– aprovechando las nuevas técnicas que iban surgiendo».
Y esa innovación es, precisamente, una de las cualidades que le reconoce el jurado de los premios: «plasmar la naturaleza en diversas regiones de España con un sofisticado e impactante lenguaje audiovisual», tras haber conseguido «un alto reconocimiento entre el público internacional por su extraordinario rigor, calidad y belleza». Características, todas ellas, presentes
desde sus primeras películas, lo que le llevó a recibir el primer encargo de coproducción que hizo National Geographic a un director español para rodar en España. El resultado fue El latido del bosque (1997), un documental sobre el Parque Natural de los Alcornocales de Cádiz y Málaga.
Repitió, tres años después, experiencia de producción internacional con la BBC y su prestigiosa Unidad de Historia Natural en El diablo de los matorrales (2000), un documental sobre el meloncillo, la única mangosta autóctona europea y uno de los animales más violentos de la fauna ibérica. Y en el mismo año trabajó de nuevo con National Geographic, que en Blindados en la noche (2000) –un largo sobre escorpiones y otros artrópodos armados– ofreció por primera vez a una empresa española la elaboración íntegra de uno de sus contenidos.
Joaquín Gutiérrez Acha lleva más de veinte años desarrollando proyectos audiovisuales para televisión con las principales productoras-distribuidoras de documentales de naturaleza, así como sociedades científico-aventureras de todo el planeta. Aunque su gran éxito comercial y de público le ha llegado en las salas de cine.
El salto a la gran pantalla lo dio con uno de sus pocos proyectos no documentales: Entrelobos (2010), una historia basada en hechos reales que cuenta cómo un niño es criado por lobos en un entorno salvaje. El Parque Natural Sierra de Cardeña y Montoro (provincia de Córdoba) fue el paraje perdido en el que crece el niño protagonista del film y Gutiérrez Acha se encargó de dirigir la Unidad de Naturaleza de Radio Televisión Española que rodó todas las imágenes en el parque.
En 2014 llegó Guadalquivir, primer largometraje documental de naturaleza nominado a los Premios Goya. Proyectado en cines de toda España, contó con la narración de la cantaora de flamenco Estrella Morente y fue un éxito de público y crítica.
Posteriormente, Gutiérrez Acha y su equipo se desplazaron a la cordillera Cantábrica durante dos años para filmar al gran oso pardo en su hábitat natural, junto a salmones, urogallos, lobos y gatos monteses. Nació así Cantábrico (2017), una de las mayores producciones sobre naturaleza ibérica realizadas hasta la fecha y también nominada en la categoría de Mejor Película Documental de los Premios Goya, en su edición de 2018.
En todos sus proyectos cinematográficos, Gutiérrez Acha ha contado con la colaboración de RTVE. Se trata de los trabajos que le han dado mayor fama, siempre centrados en la fauna y la flora ibéricas e incorporando las actividades y los usos tradicionales de los territorios explorados. «Sí, queremos hacer ver que el hombre no siempre es un agente dañino que entra en el campo para matar animales, poner veneno o quemar el monte», argumenta. «Y la dehesa es un gran ejemplo de ello, porque es un ecosistema en el que la vida salvaje y el hombre conviven en un espacio común, aprovechando los recursos», explica el realizador, mencionando el que será su próximo estreno.
Dehesa está a punto de salir de la sala de montaje: «Ha sido un rodaje complicado, parece que es un paisaje sencillo, llano, para entrar con los coches por las pistas… Un lugar que parece amable, con esos bosques peinados, de árboles, con los pastos verdes, sin matorrales apretados… pero en el momento en el que el hombre tuerce la cabeza, es un campo de batalla en el que se retan los grandes herbívoros, cazan las grandes águilas, viven las serpientes más grandes de Europa… junto a las grandes pinceladas de la actividad del hombre por la montanera, el descorche, la trashumancia…». Un relato en el que quieren plasmar que «la dehesa es un bosque artificial, fabricado, en el que la fauna salvaje y el hombre pueden caminar juntos».
El director y operador de cámara tiene en altísima estima el premio que ahora recibe, especialmente porque considera que la difusión y la sensibilización «juegan un papel esencial en la protección de la naturaleza. Poner en valor las vidas animales para que se puedan conservar y que se protejan en todos los foros. Poner por delante a las especies y a los espacios». A ello le ha dedicado sus casi cuatro décadas de incansable, minuciosa y rigurosa búsqueda de la imagen más bella y, al mismo tiempo fidedigna, de la vida natural. Considera Joaquín Gutiérrez Acha que los empeños del científico y del divulgador son trabajos complementarios que, al unirse, pueden alcanzar a un espectro de público muy amplio.