CONTRIBUCIÓN
Ocho instituciones —parques zoológicos y centros de investigación y conservación— crearon en 2009 el Proyecto de Conservación de Anfibios de Panamá (PARC), desarrollado bajo el paraguas institucional del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. Según el acta del jurado, el PARC es “un proyecto pionero de gran solvencia científica que combina la preservación en cautividad y la investigación en campo y laboratorio, cuyos resultados podrán ser aplicados en otros lugares del planeta”.
El PARC está administrado por el zoológico de Houston, el Cheyenne Mountain Zoo, el zoológico de New England, el Instituto Smithsonian de Conservación Biológica y el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. Su principal objetivo es evitar la extinción de especies en riesgo creando colonias a salvo del hongo, cuyos individuos puedan llegar a ser reintroducidos en el medio natural. Una especie de ‘arca de Noé’. “Hoy tenemos uno de los mayores esfuerzos para la conservación de anfibios en el mundo, y las instalaciones necesarias para lograr un proyecto de este tamaño y alcance”, explica Roberto Ibáñez, director del PARC.
Los anfibios, el grupo de vertebrados terrestres que más tiempo lleva en el planeta, es también el que más rápido está desapareciendo. Solo en las últimas décadas se han extinguido al menos dos centenares de las casi siete mil especies de anfibios conocidas, y un tercio de las restantes están amenazadas. Los herpetólogos libran una batalla contra reloj y se esfuerzan por crear un ‘arca de Noé’ que salve a los anfibios de la extinción.
Los anfibios existen desde hace trescientos millones de años. Cumplen un papel crucial en los ecosistemas —hacen de puente entre los sistemas acuáticos y terrestres— y son mucho más diversos que los mamíferos o los reptiles. La evolución ha hecho filigranas con ellos. Hay anfibios en el desierto y congelados bajo el hielo, anfibios venenosos, con pulmones y sin ellos, con y sin metamorfosis, de menos de un centímetro y de hasta tres kilos de peso. Los hay en todos los hábitats del planeta, excepto en la Antártida y el alto ártico. Es más, se estima que podrían existir hasta doce mil especies, varios miles más de las ya catalogadas.
Pero los anfibios son también los vertebrados más amenazados. Los herpetólogos dieron la voz de alarma a principios de los noventa: las poblaciones de anfibios parecían estar sufriendo un misterioso declive. Confirmado el fenómeno, comenzó la búsqueda de causas. Los sospechosos habituales —destrucción del hábitat, cambio climático, aumento de la radiación ultravioleta, tóxicos ambientales— eran efectivamente culpables, pero algo no encajaba. También los anfibios de regiones muy bien preservadas, a salvo de muchas de esas amenazas, estaban en crisis. ¿Qué les pasaba a las ranas?
La respuesta llegó con el descubrimiento en 1999 de que el hongo ‘Batrachochytrium dendrobatidis (Bd)’ provoca en la mayoría de los anfibios una enfermedad letal: la quitridiomicosis. La hipótesis más aceptada sobre cómo empezó a expandirse apunta la difusión del hongo en los años treinta a raíz del inicio del comercio internacional de anfibios —la conocida rana de las pruebas de embarazo es un ejemplo—. Su avance ha resultado hasta ahora imparable, tan devastador que en algunas regiones los herpetólogos incluso han podido seguir el rastro de la infección al encontrar ranas muertas o al notar la ausencia de poblaciones de ciertas especies.
Es lo que ha ocurrido en Panamá, donde ocho instituciones —parques zoológicos y centros de investigación y conservación— crearon en 2009 el Proyecto de Conservación de Anfibios de Panamá (PARC), desarrollado bajo el paraguas institucional del Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. Según el acta del jurado, el PARC es “un proyecto pionero de gran solvencia científica que combina la preservación en cautividad y la investigación en campo y laboratorio, cuyos resultados podrán ser aplicados en otros lugares del planeta”.
Se cree que el hongo llegó a Panamá a través de la frontera con Costa Rica en 1995-96 y rápidamente “se extendió por casi todo el país, devastando comunidades enteras de anfibios en su camino”, explica Roberto Ibáñez, director del PARC. “En algunas zonas, cinco meses después de la invasión habían desaparecido cerca de la mitad de las especies. Se cree que al menos cinco especies de ranas panameñas podrían haberse extinguido por la infección del ‘Bd’”.
En 2006 el hongo quitridio invadió El Valle, hogar de la rana dorada panameña (‘Atelopus zeteki’), el animal nacional de Panamá. Hoy se considera que esta ranita de entre 4 y 5 centímetros, muy tóxica, símbolo de buena suerte para los panameños y muy usada como reclamo publicitario, está extinta en su medio natural. Un equipo de la BBC —previamente desinfectado para evitar ser ellos mismos portadores del patógeno— filmó en junio de 2006 una de las últimas poblaciones salvajes, afectada poco después por el hongo.
Justo entonces el zoológico de Houston y sus colaboradores comenzaron el rescate de ranas moribundas y se abrió el Centro de Conservación de Anfibios de El Valle (EVACC). Fue el embrión del PARC: “En 2008 se vio la necesidad urgente de un proyecto de alcance nacional, con mucha más capacidad de hacer frente a la crisis”, se explica en la candidatura.
El PARC está administrado por el zoológico de Houston, el Cheyenne Mountain Zoo, el zoológico de New England, el Instituto Smithsonian de Conservación Biológica y el Instituto Smithsonian de Investigaciones Tropicales. Su principal objetivo es evitar la extinción de especies en riesgo creando colonias a salvo del hongo, cuyos individuos puedan llegar a ser reintroducidos en el medio natural. Una especie de ‘arca de Noé’. “Hoy, después de años de mucho trabajo, tenemos uno de los mayores esfuerzos para la conservación de anfibios en el mundo, y las instalaciones necesarias para lograr un proyecto de este tamaño y alcance”, explica Ibáñez. Además del EVACC, el proyecto ha abierto el Centro de Rescate de Anfibios de Gamboa.
El criterio para seleccionar las especies que se incluyen en ‘el arca’ es sobre todo su sensibilidad al hongo. En muchos casos se trata de establecer poblaciones sanas antes de que la especie se infecte, porque cuando eso ocurra “será muy difícil encontrarlas en su medio”, dice Ibáñez. Hasta ahora se ha conseguido ya la cría en cautividad de doce especies, entre ellas la rana dorada panameña. Se considera un éxito. Generar una población estable de anfibios en cautividad no es tan simple como poner a las ranas en un estanque; hay que conocer y reproducir su entorno de forma que permita el desarrollo de las peculiaridades de su modo de vida, y además guiar los cruces en función de la genealogía para mantener su diversidad genética.
“En los próximos años intentaremos aumentar el número de especies y consolidar nuestras colecciones, centrándonos en contar con veinte animales fundadores de cada sexo por especie”, se explica en la candidatura. “Eso nos garantiza la capacidad de producir una primera generación en cautiverio”. Los investigadores desarrollan también tecnologías de reproducción asistida y métodos para congelar y preservar gametos de animales fundadores, como un seguro “contra situaciones de cuello de botella en las poblaciones en cautiverio”.
Los proyectos de conservación de anfibios en marcha en todo el mundo se beneficiarán no solo de estas técnicas, sino del propio modelo de trabajo cooperativo entre organismos que comparten un mismo objetivo. Como apunta Ibáñez, “si seguimos acciones y protocolos basados en la investigación científica, la colaboración entre instituciones y la implicación de otras personas a través de la educación y la participación voluntaria, podemos conservar varias especies de anfibios amenazados en un país”.
La ranita dorada panameña es muy sensible al hongo, pero la buena noticia es que no ha resultado tan difícil de criar como otras especies. “De muchas sabemos todavía demasiado poco como para criarlas”, explica Ibáñez. Paradójicamente, la gran variedad de soluciones biológicas que a lo largo de la evolución han desarrollado los anfibios juega ahora en su contra, al imponer a los científicos retos a veces demasiado difíciles. El trabajo requiere paciencia. “Todavía no hemos reintroducido ninguna especie al medio, primero debemos asegurar la continuidad de las colecciones”, dice Ibáñez. “También seguimos monitoreando las poblaciones silvestres, y trabajando con los investigadores para desarrollar herramientas que permitan a las ranas persistir en condiciones silvestres”.
Lo que todos ansían es dar con una cura contra la quitridiomicosis. Una de las líneas de investigación es la búsqueda, en la piel de los propios anfibios, de bacterias que combatan la infección. “Es un trabajo en fase preliminar”, explica Ibáñez. “En la piel de ranas panameñas se ha logrado aislar bacterias que inhiben, ‘in vitro’, el crecimiento del hongo. La idea es encontrar bacterias locales en las que basar un tratamiento probiótico para especies de anfibios de la misma área”. Si se consiguiera se podría seguir una metodología similar en otras regiones, siempre con bacterias y especies locales.
Toda esta labor sería imposible sin el apoyo de la sociedad en general y en especial de los voluntarios —unos cuarenta al año desde el inicio del proyecto—, que colaboran desde en la cría de insectos para alimentar a los anfibios hasta en trabajos de campo. Por ello el PARC elabora documentales y exposiciones, y participa en festivales con miles de participantes, cada vez más populares. El PARC contribuyó, por ejemplo, a la implementación de una ley en Panamá, aprobada en 2010, que decreta el 14 de agosto como Día Nacional de la Rana Dorada panameña y defiende su protección.