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Para Jane Goodall, la gran paradoja del Homo sapiens, el primate sabio, es que, a pesar de poseer un prodigioso cerebro, está poniendo en riesgo su propia supervivencia: «¿Cómo es posible que la especie más inteligente del planeta esté destruyendo su único hogar?». Bajo el liderazgo de la primatóloga británica, el instituto que lleva su nombre ha impulsado desde 1994 la conservación de más de medio millón de hectáreas en los bosques donde viven los chimpancés de Tanzania, mediante la creación de nuevas áreas protegidas que cubren el 42% de su hábitat en el país africano. Por esta «dilatada trayectoria» y su «gran impacto global», el jurado le ha otorgado el Premio Mundial a la Conservación de la Biodiversidad.
Jane Goodall era una joven secretaria de veintiséis años, sin ninguna formación científica, cuando en 1960 el célebre antropólogo y paleontólogo británico Louis Leakey le encargó que iniciara una investigación sobre el comportamiento de los chimpancés en los bosques de Gombe (Tanzania). Sus observaciones pioneras revelaron que estos primates son capaces de fabricar y utilizar herramientas, un descubrimiento revolucionario que desdibujó la frontera que tradicionalmente distinguía al ser humano del resto de las especies animales. Goodall, además, comprobó que los chimpancés son individuos con personalidad propia, capaces de mostrar una amplia gama de emociones y de sentir en sus manadas fuertes vínculos sociales que perduran en el tiempo.
«El estudio de los chimpancés –explica la primatóloga– nos ha ayudado a comprender de dónde venimos y ha desvelado el hecho de que compartimos con ellos gestos de amor y compasión, como besos, abrazos y palmaditas en la espalda, pero también las tendencias a la violencia, la agresión y la guerra. Por lo tanto, nos ayuda a comprender mejor dónde nos hemos equivocado y qué deberíamos estar haciendo al respecto».
Pero la doctora Goodall no solo descubrió las asombrosas capacidades cognitivas y afectivas de nuestros parientes más cercanos en el reino animal. También comprobó la situación crítica en la que se encontraban estos primates como consecuencia de la deforestación, la sobreexplotación del suelo y la caza, y llegó a la conclusión de que los chimpancés se extinguirían en poco tiempo si no se tomaban medidas para frenar el deterioro de su hábitat.
Al mismo tiempo, Goodall siempre tuvo claro que los chimpancés solo sobrevivirían si se mejoraban las condiciones de vida de los seres humanos que poblaban ese mismo territorio. «En Gombe descubrí la difícil situación de muchas personas que viven en los hábitats de los chimpancés y sus alrededores. Al comprobar la pobreza paralizante, la falta de buenas instalaciones de sanidad y educación, y la degradación de la tierra, me di cuenta de que si no hacíamos algo para ayudar a las personas a encontrar formas de vida que no destruyeran el medio ambiente, entonces ni siquiera podríamos tratar de salvar a los chimpancés». Por ello, el programa de conservación que ha impulsado el Instituto Jane Goodall siempre se ha basado en apoyar a las comunidades locales, ofrecerles recursos económicos, sanitarios y educativos, e involucrarlas plenamente en el desarrollo de sus proyectos a través de programas de formación medioambiental.
«Es fundamental implicar a las comunidades locales en la conservación, para que ellos entiendan que su propio futuro depende de que se impliquen en esta tarea», explica la primatóloga. «Nuestro programa ha tenido tanto éxito que ahora se encuentra en 104 aldeas en toda el área de distribución de chimpancés en Tanzania. Los monitores forestales son voluntarios seleccionados de esas aldeas que aprenden a usar teléfonos móviles para monitorizar la salud de sus bosques y se convierten en nuestros socios en la conservación. Hoy están muy orgullosos de su trabajo».
Gracias a esta iniciativa, el declive de la población de chimpancés se ha estabilizado en el Parque Nacional de Gombe, alcanzando una media de noventa y seis individuos entre 1994 y 2016. Al mismo tiempo, el programa The Lake Tanganyika Catchment and Reforestation and Education –cuyas siglas en inglés, TACARE, se pronuncian take care, es decir, «cuidar»– ha ayudado a restaurar la fertilidad de la tierra e introducir programas de gestión del agua en toda la región. El éxito del proyecto lo demuestra el hecho de que su modelo de conservación «communitycentred» —siempre basado en el apoyo a las comunidades locales y su formación medioambiental— se ha replicado para la preservación de la biodiversidad en otros cuatro países africanos (Congo, República Democrática del Congo, Senegal y Uganda).
Salvar a los chimpancés es para la primatóloga una obligación ética: «¿Qué dirán nuestros bisnietos si no quedan más chimpancés? Será traumático para ellos saber que dejamos que se extinguieran estos seres asombrosos y maravillosos». Pero además Goodall recalca el papel fundamental de los ecosistemas en los que habitan estos primates para el planeta en su conjunto, y por tanto para la futura supervivencia de toda la vida terrestre, incluyendo nuestra propia especie: «Es importante conservar sus hábitats porque casi todos viven en los bosques tropicales y los bosques tropicales son uno de los grandes pulmones del mundo. Absorben dióxido de carbono, nos dan oxígeno, aire limpio y agua limpia».
La llamada «sexta gran extinción» sigue siendo hoy una amenaza muy grave en opinión de Goodall, quien se lamenta de que «nos hemos separado de la naturaleza, aunque formamos parte de ella y dependemos totalmente de los ecosistemas para nuestra supervivencia». Sin embargo, a pesar del hecho «incomprensible» que supone para Jane Goodall el resurgimiento de líderes políticos que cuestionan el deterioro del medio ambiente y la importancia de protegerlo, las manifestaciones masivas de jóvenes que han empezado a protestar en las principales ciudades del mundo en defensa de la Tierra «son la gran esperanza para el futuro».
Precisamente fue su fe en la juventud lo que llevó a la primatóloga británica a crear en 1991 su programa educativo Roots and shoots (Raíces y brotes) —que se ha establecido en los treinta y cuatro países, incluido España, que cuentan con sedes del Instituto Jane Goodall— para sensibilizar a las nuevas generaciones sobre la importancia de conservar la naturaleza, a través de múltiples iniciativas de formación ambiental. La primatóloga suscribe el dicho de que «no hemos heredado este planeta de nuestros padres, sino que lo hemos tomado prestado de nuestros hijos». Pero la triste realidad, en su opinión, es que «hemos estado robando su futuro» y «la gente sencillamente debe darse cuenta de que destruir el planeta para obtener ganancias a corto plazo es destruir el futuro de nuestra propia especie y de todas las otras especies con las que lo compartimos».
Hoy sabemos que los chimpancés son biológicamente nuestros parientes vivos más cercanos. De hecho, recuerda Goodall, «compartimos el 98,6% de nuestro ADN con ellos». Sin embargo, a pesar de lo parecidos que son a nosotros, tal y como demostraron sus revolucionarias observaciones sobre el comportamiento de estos grandes simios en los bosques de Gombe hace ya más de medio siglo, hay una diferencia fundamental que nos obliga a asumir una responsabilidad especial frente a todos los demás seres vivos: «el desarrollo explosivo de nuestro intelecto, posiblemente desencadenado al menos en parte por el hecho de que desarrollamos un lenguaje hablado, y por tanto podemos discutir problemas y encontrar soluciones».
«Lo extraordinario», señala, es que los humanos hemos sido capaces de «enviar un cohete a Marte, del que salió un pequeño robot para tomar fotografías de su superficie», pero al mismo tiempo estamos destruyendo «nuestro único hogar, este hermoso planeta verde y azul». Para la primatóloga cuyo instituto ha sido galardonado con el Premio Mundial a la Conservación, esto se debe a que se ha producido una lamentable desconexión «entre el cerebro y el corazón humano». Si queremos dejar en herencia a las futuras generaciones un planeta habitable, Goodall insiste en que necesitamos conectar nuestra inteligencia con «el amor y la compasión» por todas las formas de vida en nuestra casa común, la Tierra. Su compromiso, y el de todas las personas que forman parte de su proyecto en más de cien países, es seguir haciendo todo lo que esté en sus manos para conseguir este objetivo antes de que sea demasiado tarde.