CONTRIBUCIÓN
La pesca accidental es una de las principales amenazas para las tortugas marinas, sobre todo para la especie de tortugas bobas que habitan y transitan el Mediterráneo, y más del 70 por ciento de las que son capturadas por toda la flota española provienen de la plataforma continental situada entre el delta del Ebro y Castellón, siendo el delta del Ebro la zona con mayor interacción con diferencia. La Fundación CRAM puso en marcha en 2017 el proyecto «Pescadores a favor del mar: acciones para la recuperación y conservación de las tortugas marinas» con el objetivo de minimizar el impacto que las capturas accidentales tienen sobre estos animales. El Premio a la Conservación de la Biodiversidad en España reconoce los excelentes resultados logrados por esta iniciativa para proteger a esta especie.
A principio de los años noventa del pasado siglo, una epidemia vírica afectó a cientos de delfines listados en el Mediterráneo, y en aquel momento, el veterinario Ferrán Alegre asumió el liderazgo para actuar frente a esta amenaza, comprobando que hacía falta una infraestructura humana y técnica con el fin de dar asistencia a este tipo de fauna, en un momento en el que apenas había centros de recuperación ni para especies marinas ni para animales terrestres. Él mismo empezó a asistir tanto a los delfines como posteriormente a las tortugas marinas, y descubrió que la principal amenaza para ellas era la interacción con las redes de pesca, que se convertían en una trampa mortal. Fue una iniciativa promovida desde la ciudadanía, pero el grupo se empezó a articular con el apoyo del Ayuntamiento de Premià de Mar (Barcelona), que cedió unas instalaciones municipales para que se empezara a desarrollar la actividad de recuperaciones de este tipo de animales.
En paralelo al desarrollo de la legislación para proteger la fauna marina, los impulsores de este movimiento ciudadano decidieron en 1996 dotarlo de una estructura jurídica como fundación privada —la Fundación para la Conservación y Recuperación de Animales Marinos (CRAM)— con vocación de servicio público con la voluntad también de trabajar mano a mano con la administración pública.
El programa para rescatar a las tortugas atrapadas accidentalmente en redes de pesca surgió por la confluencia de tres factores. El primero era la ubicación geográfica del delta del Ebro, donde se alimentan estos animales y que coincide con un segundo factor: la legislación que permite la pesca de arrastre a menos profundidad que en otras zonas, a menos de 50 metros, provocando que más ejemplares se queden atrapados.
El tercer factor fue un artículo científico de 2014 que describía por primera vez el síndrome descompresivo en tortugas marinas. Esta patología aguda —nunca descrita en animales buceadores, aunque bien estudiada en medicina humana— puede llegar a ser letal o dejar secuelas muy importantes. «Ese artículo nos hizo revisar el procedimiento que seguíamos hasta ese momento y que consistía en que si la tortuga atrapada podía moverse, se soltaba inmediatamente de nuevo al mar. Lo que se comprobó es que más de la mitad de las tortugas presentaban el síndrome y no estaban en condiciones de volver a su hábitat», explica la directora de la Fundación CRAM, Elsa Jiménez.
Los síntomas del síndrome en las tortugas van de la desorientación, descoordinación y la ataxia, al estado de coma. Si son devueltas al mar, sus posibilidades de sobrevivir son escasas. En lugar de ello, la Fundación CRAM ha trabajado con las cofradías de pescadores y han dado a este colectivo un papel protagonista. «Hablamos de los pescadores como la primera línea de rescate, porque ellos son los que, al detectar una captura accidental, activan el protocolo y transportan a las tortugas a puerto, donde nosotros las recogemos. La implicación ha crecido con pequeños gestos, como que sean ellos quienes nombran a los ejemplares, que les informemos del proceso de recuperación y que cuando llega el momento de la reintroducción invitemos a sus familias, a sus hijos, para que vivan esa experiencia».
El cuerpo de guardas rurales autonómico es quien levanta los atestados en puerto, donde quedan registradas las capturas y entregas de ejemplares a CRAM para su rehabilitación.
A lo largo de los años, se ha comprobado que las capturas accidentales se producen de manera mucho más frecuente en los meses de invierno: «Para nosotros es la temporada alta. Hemos evidenciado de forma empírica que las tortugas se quedan atrapadas en las redes sobre todo en este periodo. Nuestra hipótesis es que, al ser un animal de sangre fría, cuando baja la temperatura del agua, se quedan más aletargadas. No es que hibernen, porque no es una especie que llegue a hibernar, pero sí que bajan su actividad y seguramente son más susceptibles a quedarse atrapadas en las redes de arrastre. Cuando llega el verano ocurre justo lo contrario, baja mucho la incidencia de capturas, a pesar de que los arrastreros continúan pescando».
En la actualidad, el 79 por ciento de las embarcaciones de arrastre de La Ràpita y el 100 por ciento de Les Cases d’Alcanar (Tarragona) —los dos puntos calientes de la plataforma deltaica— colaboran activamente en el proyecto. «Al principio hubo alguna reticencia —recuerda Jiménez—, pero ahora la colaboración es la norma y se van sumando cada vez más pescadores, sobre todo porque en colaboración con la Administración autonómica les hemos dado seguridad jurídica: cada embarcación tiene una autorización para rescatar, transportar y desembarcar tortugas marinas. A medida que hemos ido avanzando con el proyecto, se han ido sumando cada vez más embarcaciones, y de hecho muchos agradecen la oportunidad de poder poner su granito de arena para paliar los efectos negativos de la acción humana sobre estas especies protegidas».
Los datos de éxito del programa de las tortugas bobas han motivado también que las cofradías se impliquen en otras líneas de actividad de la Fundación CRAM, centradas en otras especies del ecosistema mediterráneo como cetáceos y aves.
Un elemento fundamental del proyecto es la asistencia veterinaria en el Centro de Recuperación que la Fundación tiene en Prat de Llobregat (Barcelona). «Tenemos una clara vocación clínica —señala Jiménez—, y por eso la dotación de este premio nos servirá para reforzar las instalaciones e intentar ser más rápidos y eficaces en las intervenciones». Cada tortuga recuperada y diagnosticada con el síndrome descompresivo pasa de mes y medio a dos meses en el centro, donde la Fundación CRAM cuenta con una cámara hiperbárica construida por ellos mismos.
El objetivo del hospital es procurarles una rehabilitación adecuada para que estén en posición de ser reintroducidas a su medio natural en el menor tiempo posible. «Al ser reptiles —explica—, tienen un metabolismo lento, aunque procuramos acelerar el proceso de recuperación, elevando la temperatura del agua en los tanques donde se encuentran para que cualquier tratamiento farmacológico que apliquemos tenga un efecto más ágil». Además, la Fundación también aprovecha el periodo que pasan las tortugas en su clínica para realizar actividades de educación y sensibilización: «Mientras están en el centro son nuestras pacientes, y en algunos casos las visitas están restringidas, pero cuando es posible nos parece importante que se pueda conocer de primera mano este trabajo para concienciar a la sociedad sobre la situación de esta especie, y por eso organizamos visitas de escuelas y otros grupos para explicar tanto el proceso de recuperación como nuestra colaboración con el sector pesquero».
Tras siete años de trabajo, se han atendido un total de 355 ejemplares de tortuga marina en la provincia de Tarragona por interacción pesquera, de los cuales 329 han podido ser rehabilitados, lo que supone una tasa de éxito de recuperación del 93 por ciento.
Además de las cofradías de pescadores, la Fundación ha contado con el apoyo del Departament d’Acció Climàtica, Alimentació i Agenda Rural de la Generalitat de Catalunya, y de los Agents Rurals de Catalunya. La Generalitat tiene un contrato por el que delega en la Fundación CRAM el rescate y la recuperación no solo de las tortugas, sino también de otras especies marinas amenazadas que llegan a la costa catalana, como cetáceos y aves marinas. El equipo de la Fundación, formado por 24 personas a las que cada año se suman unos 250 voluntarios, ofrece atención las veinticuatro horas del día, los 365 días del año, lo que permite mantener un sistema de respuesta inmediata y permanente.
Además, desde sus inicios se ha mantenido una estrecha colaboración con el mundo universitario, con más de 30 alumnos realizando prácticas regladas en la Fundación cada año. En sus instalaciones se forman buena parte de los profesionales de centros de recuperación de animales marinos en el ámbito europeo.