CONTRIBUCIÓN
En el escenario de la cordillera Cantábrica, los actores de la naturaleza tejen una delicada red de interacciones. Dependen unos de otros; si uno desaparece, todos peligran. El Fondo para la protección de los Animales Salvajes (FAPAS) lleva más de tres décadas observando y sacando a la luz esas relaciones. Su labor de testigo ha descubierto codependencias inesperadamente valiosas para el ecosistema. Ahora se sabe que proteger a los osos cantábricos implica proteger los árboles frutales, lo cual supone proteger a las abejas y para ello construir colmenas a salvo de los ataques del oso. Y, cómo no, los usos humanos del ecosistema también forman parte de la red.
«Si las abejas desaparecieran, se hundiría el ecosistema», declaraba hace una década Roberto Hartasánchez, presidente de FAPAS, a los medios de comunicación. FAPAS ponía en marcha entonces sus primeros proyectos para recuperar la abeja melífera, una especie que en la región depende ya enteramente del hombre y cuya labor polinizadora es, sin embargo, «un eslabón esencial de la producción de frutos en más del 80% de las plantas con flores», explica FAPAS en su web.
Esta asociación se dio cuenta ya a finales de los años noventa de que las poblaciones de abejas eran cada vez menos numerosas en la cordillera Cantábrica. Sufrían el azote de la varroa, un ácaro parásito introducido por abejas asiáticas importadas a Europa, y además el abandono progresivo de la apicultura de montaña, una práctica con milenios de antigüedad en la comarca. FAPAS alertó del fenómeno subrayando su importancia no solo para la propia especie, sino también para otras consideradas emblemáticas, como el oso y el urogallo. Nacieron así sus iniciativas para favorecer la polinización en los ecosistemas de montaña y su proyecto Colmenas para el oso, que sigue funcionando hoy en día. La dramática disminución de las poblaciones de abejas se reconoce en la actualidad como un problema ambiental y económico de primera magnitud, y a escala global.
La labor pionera de FAPAS con las abejas es solo un ejemplo del trabajo de conservación de las especies y ecosistemas cantábricos que lleva a cabo esta asociación, galardonada este año con el Premio Fundación BBVA a la Conservación de la Biodiversidad en España por su proyecto FAPAS en acción. Más de 35 años conservando la biodiversidad.
El galardón reconoce la amplia trayectoria de esta asociación nacida en Asturias en 1982, cuando un grupo de amigos se propusieron frenar la desaparición de las poblaciones de buitre leonado en los Picos de Europa, que aquel año descendían hasta un mínimo histórico de apenas ocho parejas. A lo largo de estas décadas, FAPAS se ha convertido en una de las agrupaciones más activas en la conservación de las especies más representativas de los ecosistemas cantábricos, algunas de ellas gravemente amenazadas. Para Hartasánchez, el premio supone un reconocimiento a la labor realizada estos años y además «un apoyo indispensable en un momento en que el movimiento ecologista está desapareciendo». Las asociaciones se han vuelto «cada vez más dependientes del apoyo de las Administraciones –afirma–. Nosotros hemos renunciado a toda clase de fondos públicos para mantener nuestra independencia, y este premio nos permite seguir así».
El éxito de FAPAS tiene su base en un profundo conocimiento del medio y de quienes lo habitan, y en el esfuerzo que ha dedicado la organización a entender el papel de cada miembro en la red del ecosistema.
Para esto último ha sido crucial el apoyo en una tecnología relativamente sencilla pero muy eficaz: FAPAS ha sido pionera en el uso del fototrampeo, la instalación de cámaras fotográficas que se activan automáticamente cuando la fauna pasa ante el objetivo.
Las cámaras, que FAPAS empezó a instalar ya a principios de los noventa, se han convertido en una valiosa herramienta de observación del medio natural. La organización cuenta ya con más de un centenar de cámaras automáticas que vigilan el territorio las 24 horas, generando miles de imágenes que han hecho posibles hallazgos con grandes implicaciones para la conservación.
Abundantes fotos documentan hoy, por ejemplo, comportamientos animales poco conocidos, como la tendencia de los osos cantábricos a comer carroña. «Los osos cantábricos son oportunistas, con escasos hábitos depredadores y una elevada tendencia al carroñeo», explica Hartasánchez. «No es algo nuevo, desde siempre los osos salían de las cuevas tras la hibernación en estado de extrema delgadez, y comían los cadáveres de animales que habían muerto en las nevadas del invierno. Encontrarse con una vaca despeñada supone un aporte extra de energía por muy poco esfuerzo, y garantiza la supervivencia de los osos cuando escasea la comida en el monte».
Este hallazgo condujo a FAPAS a combatir la normativa europea que a mediados de la década de los 2000 obligaba a retirar animales muertos del campo –para poner coto a la encefalopatía espongiforme bovina o enfermedad de las vacas locas, que se contagia por el consumo de animales infectados–. «Fuimos a Europa a advertir de que la norma estaba poniendo en peligro a una especie ya amenazada, el oso pardo cantábrico, y ocurrió algo muy bonito, porque rectificaron», relata Hartasánchez. Lejos de ser una mera anécdota, la norma de no dejar carroña en el monte estaba afectando no solo a los osos, sino también a otro actor principal en el ecosistema cantábrico: los pobladores humanos. «Al no poder comer carroña, los animales empezaron a buscar proteínas en las larvas de las colmenas, y volvimos a encontrarnos con conflictos entre el oso y los apicultores», explica el presidente de FAPAS.
Gran parte de la actividad de FAPAS se orienta ahora a sensibilizar a la población de las ventajas de volver a dejar carroña en los montes, algo que de nuevo es legal y que beneficia tanto a los depredadores –osos y también lobos– como a los apicultores y ganaderos. Los ataques de los osos hambrientos a colmenas, en busca no solo de miel sino también de las proteínas de las larvas, han sido igualmente captados por las cámaras, lo que ha ayudado a los técnicos de FAPAS a dar con una innovadora solución: colmenas a prueba de osos en territorios oseros –el mencionado proyecto Colmenas para el oso–. Tras ensayar y experimentar con varios diseños, ahora los osos cuentan con un millar de colmenas resistentes. Los animales tienen acceso a la miel, pero no destruyen las colmenas, lo que favorece la polinización directa sobre la flora y la formación de nuevos enjambres de abejas.
Y aún hay otro ejemplo de actuación basada en la observación aguda de las redes de interacciones en el ecosistema. A finales de los ochenta, antes incluso de que se tomara conciencia de las amenazas que sufrían las abejas, los técnicos de FAPAS pusieron en relación varios hechos que ocurrían simultáneamente: las quejas de apicultores, que referían la muerte de sus abejas por causa desconocida; la ausencia de arándanos; y el aumento del ataque de osos a las colmenas. «Nos dimos cuenta de que había una conexión –explica Hartasánchez–; si no había abejas no podía haber arándanos, que son alimento para los osos». Una de las actuaciones de FAPAS consistió en plantar más de 1.500 árboles frutales, árboles que proveen de alimento a numerosas especies –no solo al oso– y contribuyen además a paliar la erosión.
Ninguna de estas acciones funciona como una varita mágica. Para FAPAS, el reto de conservar la biodiversidad en una región con fuerte presencia humana exige, ante todo, voluntad y coordinación por parte de todas las Administraciones implicadas. La situación de los osos ilustra especialmente este punto. Distribuidos en dos poblaciones que ocupan territorios de Asturias, Castilla y León, Cantabria y Galicia, los osos están en recuperación desde finales del siglo XX, pero aún no hay un flujo genético estable y sólido entre ambos grupos. FAPAS atribuye el desigual estado de conservación de las dos poblaciones a la falta de una «gestión homogénea y coordinada» de las comunidades autónomas implicadas.
Pese a lo intenso de su actividad en la montaña, la labor de FAPAS se extiende también a la costa cantábrica. Uno de sus objetivos es potenciar la presencia del águila pescadora en los estuarios cantábricos como especie representativa de un medio litoral bien conservado. Desde 2006, FAPAS ha instalado numerosos nidos y posaderos a lo largo de toda la costa asturiana, donde se sabe que esta especie se reproducía en el pasado.
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