CONTRIBUCIÓN
La Asociación Trashumancia y Naturaleza nació en 1997 para ayudar a las familias ganaderas: les facilita nueva tecnología —cercados eléctricos para recoger rápidamente el ganado y permitir un descanso a los pastores—, apoyo logístico —teléfonos móviles con que averigua-r los horarios de los peligrosos trenes y avisar a la Guardia Civil para cortar el tráfico—, o ayuda con la burocracia. La Asociación ha logrado así recuperar el tránsito de alrededor de 200.000 ovejas, cabras, vacas y caballos.
Hoy trashuman en España diez mil familias de ganaderos, con más de un millón de cabezas de ganado; la mayoría van en camión, pero unas tres mil caminan por las mismas vías pecuarias que protegió Alfonso X. Van en busca de la eterna primavera: con el frío del otoño parten desde las montañas de Aragón, Cataluña, La Rioja, Castilla y León… hacia los valles abrigados y las dehesas en Extremadura, Andalucía, Castilla-La Mancha o Levante. En mayo desandan el camino, dejando atrás el calor y la sequía. El ganado pasta durante el recorrido —20 kilómetros al día, a veces más, de un mes de viaje—; los pastores duermen en tiendas de campaña, cocinan con gas butano y cuando llueve o nieva secan la ropa en la hoguera.
Ha sido una sorpresa descubrir que con el rebaño y los pastores viajan mucho más que las tradiciones. Viajan, en concreto, las semillas. Tantas, que los grandes desplazamientos de ungulados se consideran ya uno de los factores responsables de las migraciones de plantas, equiparable a fenómenos como las glaciaciones o los tornados. Investigadores españoles —que tomaron muestras mientras seguían a ganados trashumantes— han descubierto recientemente que una manada de cien vacas, o un rebaño de mil ovejas, generan al día unas tres toneladas de estiércol cargado con unos cinco millones de semillas, de las que germinan al menos el 30%. Los animales son auténticas naves que transportan semillas “a decenas o incluso a cientos de kilómetros de donde fueron consumidas”, se explica en la candidatura de Trashumancia y Naturaleza. “En la coyuntura actual de cambio climático esta dispersión tiene una importancia fundamental para evitar la extinción de numerosas especies”.
La dispersión de semillas es solo una muestra de la relación entre trashumancia y biodiversidad. Como recoge el ‘Libro Blanco de la trashumancia en España’, editado por el Ministerio de Agricultura, Alimentación y Medio Ambiente en 2013, las propias vías pecuarias son aprovechadas por muchas especies “como área de cría, refugio y alimentación”; actúan por tanto como “reservorios de biodiversidad” y también combaten los incendios forestales y la erosión, conectan los hábitats y hacen posible el intercambio genético entre las especies. Son funciones muy valiosas, considerando que —afirma el ‘Libro Blanco’— “la fragmentación del hábitat es actualmente una de las principales causas de pérdida de biodiversidad”.
Precisamente fue un inesperado efecto ecológico de la trashumancia, o más bien de su falta, lo que condujo al proyecto que hoy desarrolla Trashumancia y Naturaleza. A mediados de los años ochenta, siendo director general de Medio Ambiente de la Junta de Extremadura, Garzón se dio cuenta de que “en el último siglo no había habido apenas regeneración en el arbolado de las dehesas”. Y explica: “Me pregunté qué cambio importante podía haber tenido lugar en la región cien años atrás, y la única respuesta posible fue el tren; con la llegada del tren, el ganado dejó de trashumar andando”.
Con el tren la trashumancia duraba un día; lo que antaño fuera un mes de viaje se convertía en un mes “extra” que el ganado podía pastar en las dehesas. Pero era ya junio, el campo estaba seco y a los animales no les quedaba otro remedio que comerse el renuevo del arbolado: fin de la regeneración de las dehesas. Se revelaba así un nuevo nodo en la red del ecosistema, una prueba más de que el paisaje ibérico resulta de la sincronización milenaria de sus habitantes —humanos, ganado, encinas— entre sí y con el clima.
Dispuesto a recuperar la trashumancia tradicional, Garzón creó en 1992 varias asociaciones. Consiguió en 1993 un proyecto ‘Life’ de la Unión Europea y convenció a varios ganaderos que “al principio decían que era imposible, que los caminos estaban mal o eran inexistentes”, cuenta Garzón. “Pero yo los había estudiado y sabía que se podían recorrer con grandes rebaños”.
La primera trashumancia “recuperada” tuvo lugar en 1993. Gracias a la colaboración del ganadero Cesáreo Rey y el apoyo de la Asamblea de Extremadura, salieron con 2.600 ovejas merinas desde el puente de Alcántara, en Cáceres, por la Cañada Real Zamorana, hasta las montañas de Porto de Sanabria, en Zamora. “Fue emocionante. Por primera vez los pastores españoles eran protagonistas en los medios de comunicación. Lo curioso es que al día siguiente los periodistas nos llamaban dando por hecho que estábamos de vuelta, que todo era un montaje. ¡Estábamos a 20 kilómetros!”.
Un logro importante fue la protección legal de las vías pecuarias. “Los parlamentarios eran reticentes a la aprobación en 1995 de una legislación de 1273”, recuerda Garzón. “Pero la repercusión mediática internacional que habíamos obtenido ayudó a que saliera adelante, y fue revolucionaria”.
La Asociación ha logrado así recuperar el tránsito de alrededor de 200.000 ovejas, cabras, vacas y caballos. “La trashumancia está sin duda alguna en auge en España”, afirma la directora de proyectos de la Asociación, Marity González. “De ser una actividad residual ha pasado a considerarse una forma de manejo ganadero muy rentable y con grandes posibilidades de futuro. Muchos pueblos celebran ya fiestas o crean museos sobre la cultura trashumante. Hay un interés social creciente por este modelo tradicional de ganadería”.
Lo que no significa que los trashumantes del siglo XXI lo tengan fácil. Muchos de los obstáculos que han tenido que salvar en las últimas décadas siguen ahí. Las vías pecuarias carecen de conservación —faltan bebederos para los animales y refugios para los pastores— y son invadidas por cultivos, construcciones o escombros; hay descoordinación entre las Administraciones competentes y los pastores se quejan de la falta de reconocimiento social y económico de los servicios ambientales que presta la trashumancia.
Para ellos la trashumancia es ante todo una forma de vida. Sus familias tienen dos residencias. Hasta noviembre los niños van al colegio en la montaña; hasta el verano, en la dehesa. Los fines de semana de mayo y junio, madres e hijos visitan a los pastores que ya van de camino a la montaña. Para Trashumancia y Naturaleza, esta es la forma de vida que revitalizará el campo. Su objetivo es ambicioso: tres millones de ovejas trashumantes en 2020, y cinco mil puestos de trabajo directos en microempresas relacionadas con la trashumancia —y otros muchos en ganadería o turismo rural—. Si lo logran, la solución para el mundo rural del siglo XXI sería una nacida en el Medievo.
“Hasta principios del siglo XIX cada primavera y cada otoño atravesaban España cinco millones de cabezas de ganado, principalmente ovejas merinas; era una tradición milenaria de una importancia social, cultural, económica y ambiental incalculable”, explica Jesús Garzón, fundador de la Asociación. Con los pastores viajaban canciones, historias, arte… La posterior industrialización, el abandono del campo y la llegada de la ganadería intensiva —entre otros factores—condujeron al abandono de esta práctica en el siglo XX.
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